Al principio el ancho de banda se arrendaba. Así que se alquilaba la capacidad de transferir datos a los actores tradicionales, como los operadores de comunicaciones. Pero las elevadas facturas a los operadores tradicionales, y las economías de escala logradas por los gigantes digitales, les llevaron a invertir en cables submarinos.
Los océanos atesoran cables submarinos actualmente. Estas inversiones masivas han sacudido el orden establecido. Ahora permiten a Alphabet (Google), Meta (Facebook), Amazon y Microsoft tomar el control de sus infraestructuras y elegir las rutas que utilizarán para transmitir sus datos.
Normalmente, el interés de los Gafams es conectar sus centros de datos entre sí de la forma más directa posible, sin dar rodeos a través de varios países.
Al poseer casi el 50% de los cables del mundo, los Gafam se hacen con el monopolio, en detrimento de los gobiernos. Este dominio podría repercutir en la «neutralidad de la red» debido al vínculo de propiedad que les une a los cables.
En 2020, Google pondrá en servicio su cable submarino «Dunant», con una capacidad de 250 Tb/s, que unirá Estados Unidos con Francia. A finales de 2024, Meta tiene previsto poner en servicio el que será el cable más potente del mundo, bautizado como Anjana, con una capacidad de 480 Tb/s.
Sin embargo, los expertos señalan que la contaminación provocada por el propio cable tiene un impacto mínimo sobre la vida marina en comparación con otras infraestructuras: el tendido y la reparación de cables submarinos se considera tradicionalmente un uso «razonable» del mar. Los cables tienen una vida útil bastante larga, de 25 a 30 años de media, y la instalación y reparación de estas infraestructuras teóricamente sólo perturban los ecosistemas marinos de forma temporal y muy local.
En cuanto al cable en sí, se estima en un informe de 2009 que su presencia en el sedimento marino no tendría ningún impacto permanente sobre las especies de endofauna (fauna presente en el sedimento). Tampoco causaría ninguna perturbación térmica, acústica o magnética.
… pero en el corazón de la contaminación digital
Aun así, la proliferación de cables en los fondos marinos no está exenta de consecuencias para la biodiversidad y el medio ambiente, sobre todo porque la mejora del rendimiento de los cables tiende a reducir su vida útil. Hasta la fecha, la legislación internacional no obliga a los agentes del sector a retirar las infraestructuras que ya no se utilizan.
Permanecen en el fondo de los océanos y su presencia a largo plazo contribuye, del mismo modo que los satélites en órbita, a contaminar el medio marino. Sin embargo, tras varias décadas de presencia, su retirada podría destruir el hábitat de estas especies que han llegado a refugiarse cerca de los cables. Por ello, las labores de restauración deben estudiarse caso por caso, en Argentina en particular.
En Argentina, donde los cables submarinos desempeñan un papel crucial en la conectividad global, la gestión adecuada de estos cables abandonados es crucial. Se requiere una evaluación detallada del impacto ambiental antes de tomar cualquier decisión sobre su eliminación o conservación.
La colaboración entre biólogos marinos, ingenieros y legisladores es esencial para desarrollar políticas que minimicen el daño ecológico y promuevan prácticas sostenibles. Así, se puede garantizar que el avance tecnológico no sea a costa de la salud de nuestros océanos, preservando la rica biodiversidad marina que caracteriza las costas argentinas.
En cuanto al tema en general y englobando la totalidad de los cables submarinos a nivel internacional, dando un paso atrás, el sector también es responsable de la contaminación fuera del agua, sobre todo por las nuevas infraestructuras en la costa, la construcción de buques especializados en el tendido y la reparación de cables, su utilización, la extracción de materiales para los cables, etc.
Por último, debido a su posición estratégica en el sector digital, el desarrollo de cables submarinos contribuye innegablemente a la huella medioambiental global de la industria digital.
En un informe publicado en 2023, estiman que el sector digital es responsable de entre el 3 y el 4% de las emisiones de gases de efecto invernadero en todo el mundo. Y esta cifra aumentará considerablemente en los próximos años. Un tema que también merece reflexión y sobre todo, acción.