A mediados de diciembre de 2024, el iceberg más grande del mundo, conocido como A23a, se desprendió de la Antártida y comenzó su travesía hacia el Océano Atlántico. Este enorme bloque de hielo posee un tamaño equivalente a 5 ciudades de Nueva York y había permanecido inmóvil durante más de 3 décadas.
El iceberg se había desprendido de la plataforma de hielo Filchner en 1986, pero fue “atrapado” por una corriente de agua conocida como Columna de Taylor que lo mantuvo girando en un punto fijo hasta que el desgaste de sus bordes por efecto del cambio climático causó su liberación. Los científicos señalan que probablemente acabe sus días derritiéndose en fragmentos más pequeños en las cercanías de la isla de Georgia del Sur.
Y aunque este suele ser el destino de la mayoría de los icebergs, el desplazamiento del A23a ha alertado a la comunidad científica, ya que coincide con diversos estudios sobre anomalías sin precedentes que están ocurriendo en la Antártida. Desde olas de calor marinas, hasta el derretimiento acelerado de las plataformas de hielo.
¿Qué impacto podría tener el derretimiento del iceberg A23a en los ecosistemas?
Es lógico pensar que el movimiento de un iceberg de este tamaño no pasará desapercibido para los ecosistemas marinos del planeta. Al derretirse, el A23a liberará nutrientes como hierro y nitrógeno, esenciales para el crecimiento del fitoplancton (que es la base de la cadena alimenticia marina).
De acuerdo con Laura Taylor, una de las investigadoras del proyecto BIOPOLE (un proyecto científico que estudia la influencia del hielo marino y los icebergs en la biodiversidad y la regulación del clima global), estos enormes bloques de hielo podrían transformar áreas poco productivas del océano en prósperos hábitats.
Pero lamentablemente, no todas son buenas noticias: a medida que el iceberg se rompa, estos fragmentos podrían poner en riesgo las rutas de navegación y resultar letales para la fauna marina, especialmente en zonas de cría de varias especies (como focas o pingüinos) en las aguas de Georgia del Sur.
¿Cuál será el destino final del iceberg más grande del mundo?
Actualmente el A23a va rumbo al llamado «callejón de los icebergs», una ruta que suelen recorrer los témpanos desprendidos de la Antártida. Los expertos explican que la Corriente Circumpolar Antártica lo guiará hacia la isla subantártica de Georgia del Sur, donde las temperaturas más cálidas acelerarán su fragmentación.
Una vez derretido, los nutrientes que ahora mismo están atrapados en el iceberg podrían enriquecer las aguas circundantes, estimulando el crecimiento de fitoplancton y beneficiando temporalmente las cadenas alimenticias locales de la isla y sus alrededores.
Los investigadores del British Antarctic Survey y de otras instituciones científicas monitorean continuamente la trayectoria del A23a a través de imágenes satelitales y modelos oceanográficos con el objetivo de evaluar cómo impacta en el Atlántico Sur. Pero además, los expertos buscan comprender mejor cómo estos grandes icebergs pueden influir en los ciclos globales de carbono, nutrientes y en la temperatura oceánica.
¿Cuánto influyó el calentamiento global en el desprendimiento del A23a?
Si bien el desprendimiento es un fenómeno que forma parte del ciclo de vida de los icebergs, el del A23a se dio en un contexto particular: con condiciones oceánicas y atmosféricas muy alteradas por el calentamiento global. De hecho, el informe Protecting a Changing Southern Ocean de la Coalición Antártica y del Océano Austral, afirma que las olas de calor marinas y el aumento de las temperaturas superficiales del Océano Austral están debilitando las plataformas de hielo y, por ende, facilitando su fragmentación.
Además, el desgaste en los bordes del A23a que propició su desprendimiento probablemente se haya visto acelerado por las altas temperaturas del océano. Algunos estudios recientes confirman que las aguas más cálidas suelen penetrar bajo las plataformas de hielo antárticas, derritiéndolas desde abajo y aumentando el riesgo de desprendimientos masivos.
Otra consecuencia innegable del cambio climático es la reducción de la extensión de hielo marino en el Océano Austral, que en 2024 alcanzó mínimos históricos. Por este motivo, organizaciones ambientalistas como Greenpeace vienen luchando desde hace décadas para que los gobiernos del mundo tomen medidas que pongan un freno al cambio climático, como la disminución de la quema de combustibles fósiles o la implementación de condenas penales para prácticas destructivas como la deforestación o la quema ilegal de bosques.