La acidificación de las aguas en el Pacífico colombiano ha alcanzado niveles alarmantes, según lo reveló un estudio liderado por la Pontificia Universidad Javeriana. Lo que se esperaba para el año 2100, un pH de 7.6 en estas aguas, se registró en 2023, poniendo en evidencia la aceleración de los efectos del cambio climático sobre los ecosistemas marinos. Este fenómeno no solo resalta la rapidez con la que el CO₂ está alterando la química de los océanos, sino también la urgente necesidad de tomar medidas.
Entre los principales responsables de este proceso se encuentra la emisión masiva de dióxido de carbono debido a actividades industriales. Además, el vertido de desechos urbanos y residuos agrícolas a través de los ríos intensifica el problema, afectando la capacidad de calcificación de los organismos marinos. Este proceso, vital para la formación de conchas y esqueletos, se ve comprometido, poniendo en riesgo tanto a las especies afectadas como a las comunidades humanas que dependen de los recursos marinos.
Impacto en la biodiversidad y la cadena alimentaria
Los efectos de la acidificación oceánica son particularmente severos para los organismos calcificantes, como los corales, los moluscos y los crustáceos. La disminución del carbonato de calcio en el agua dificulta que estos animales formen y mantengan sus estructuras protectoras, haciéndolos más vulnerables a los depredadores y a las enfermedades. Este fenómeno también genera alteraciones en los sentidos de especies marinas, como el olfato y la vista, lo que podría modificar la cadena alimentaria y, en consecuencia, afectar el equilibrio ecológico del Pacífico colombiano.
El Parque Nacional Natural Gorgona es un ejemplo crítico de esta situación. Alberto Acosta, director del Laboratorio de Ecosistemas Marinos Estratégicos de la Javeriana, ha liderado investigaciones durante tres años en esta región, documentando cómo los cambios en la química del agua están impactando a las especies locales. En colaboración con universidades de Francia, Chile, México y Estados Unidos, su equipo ha concluido que la acidez en estas aguas ya ha alcanzado niveles previstos para el final del siglo.
La acidificación y sus consecuencias
La acidez o alcalinidad de una sustancia se mide con la escala de pH, que varía de 0 a 14. Un valor menor a 7 se considera ácido, mientras que uno mayor a 7 es alcalino. El agua potable tiene un pH neutral de 7, mientras que los océanos deberían mantener un nivel de 8.1 para ser considerados saludables. Sin embargo, las aguas del Pacífico colombiano han alcanzado un pH de 7.6, lo que las convierte en un medio corrosivo que amenaza la supervivencia de numerosas especies marinas.
Acosta explica que el impacto del dióxido de carbono tiene dos dimensiones principales. Por un lado, contribuye al calentamiento global, evidenciado por las temperaturas récord registradas en los últimos años. Por otro lado, los océanos absorben una proporción significativa de este gas, lo que provoca su acidificación. Este doble efecto incrementa el estrés sobre los ecosistemas marinos, reduciendo su capacidad de adaptación y supervivencia.
Impacto en las comunidades humanas
El deterioro de los ecosistemas marinos tiene un impacto directo en las comunidades costeras, que dependen de los recursos del mar para su sustento. La disminución de peces y mariscos debido a la acidificación afecta tanto la seguridad alimentaria como la economía de estas regiones. En áreas como la isla Gorgona, donde la biodiversidad marina es un recurso clave, las implicaciones de este fenómeno son particularmente preocupantes.
Además, los cambios en los ecosistemas marinos podrían tener repercusiones más amplias, incluyendo la pérdida de servicios ecosistémicos esenciales, como la regulación del clima y la protección contra tormentas. Estas alteraciones subrayan la necesidad de acciones inmediatas para mitigar los efectos del cambio climático y la acidificación en los océanos.
La situación en el Pacífico colombiano deja en evidencia la responsabilidad global frente a la crisis climática. A mano con lo que vienen advirtiendo las organizaciones ambientalistas, como Greenpeace Colombia, la investigación de Acosta y su equipo demuestra que el tiempo para actuar es ahora. Reducir las emisiones de dióxido de carbono y minimizar la contaminación de los ríos son medidas esenciales para frenar la acidificación y proteger los ecosistemas marinos.
A nivel local, es crucial fomentar la educación ambiental y promover prácticas sostenibles en las comunidades costeras. Solo a través de esfuerzos conjuntos entre gobiernos, instituciones académicas y la sociedad civil será posible enfrentar este desafío y garantizar la preservación de la biodiversidad marina para las generaciones futuras.