
Tras desprenderse en 1986, el iceberg A23a, conocido por ser el más grande del mundo, se detuvo a unos 70 kilómetros de la isla Georgia del Sur, en el océano Atlántico sur. Esta gigantesca masa de hielo, que pesa cerca de un billón de toneladas y tiene más del doble del tamaño del Gran Londres había permanecido inmóvil en el mar de Weddell durante más de 30 años, hasta que en 2020 comenzó a desplazarse y generó temores entre los científicos por los efectos que podría tener en el ecosistema marino circundante.
Pero de acuerdo con información reciente provista por el British Antarctic Survey (BAS), el 1 de marzo de 2025 el iceberg se encalló a unos 73 kilómetros de la costa de una de las islas que el Gobierno argentino viene reclamando desde hace décadas a su par del Reino Unido. ¿La buena noticia? Al haber quedado varado en una zona profunda, su impacto inmediato sobre la fauna marina podría ser mucho menor al que se temían los expertos.
¿Qué efectos podría tener el A23a sobre los ecosistemas del océano Atlántico sur?
En un principio, los científicos creían que el A23a podía interrumpir las rutas de alimentación de especies en peligro como focas y pingüinos. Sin embargo, ahora mismo consideran que, por el contrario, su presencia podría favorecer al ecosistema marino. Esto es así porque, al derretirse, el iceberg podría ir liberando nutrientes en el agua, aumentando la disponibilidad de alimentos para muchas especies locales.
De acuerdo con Andrew Meijers, uno de los oceanógrafos del BAS, los nutrientes que comiencen a circular gracias al encallamiento podrían servir para mejorar la supervivencia de muchas especies que la temporada pasada debieron enfrentar un brote de gripe aviar. De hecho, el experto considera que si mantiene su posición actual, el A23a podría incluso convertirse en un refugio temporal para la fauna local.
No todo son buenas noticias

Si bien este iceberg en particular no representa una amenaza inmediata para la fauna, no puede decirse lo mismo del resto de las masas de hielo que se están derritiendo cada vez más rápido como resultado del calentamiento global que atraviesa el planeta. Se estima que, desde el año 2000, se han perdido ¡más de 5 billones de toneladas de masa de hielo en toda la región antártica!
Esta aceleración está directamente relacionada con el aumento de la temperatura global y, según los expertos, si la temperatura media del planeta sube entre 1,5 y 2 °C por encima de los niveles preindustriales, el derretimiento del hielo antártico podría hacer que el nivel del agua en los océanos se eleve considerablemente.
¿Qué se puede esperar ahora?
Las imágenes satelitales tomadas a fines de febrero muestran que, a diferencia de otros icebergs, el A23a permanece prácticamente intacto. Esto hace que los científicos se pregunten cómo se comportará en el futuro. Podría permanecer encallado durante meses o años, o tal vez reanudar su desplazamiento ante el aumento de las temperaturas y el cambio en las corrientes oceánicas.
Que no se esté rompiendo en bloques más pequeños puede parecer una buena noticia, ya que reduce los riesgos de choque para los barcos pesqueros que transitan la zona. Sin embargo, si se fragmentara de forma repentina, los pedazos más pequeños podrían convertirse en un peligro para las rutas de pesca y la navegación comercial de la zona.
Por este motivo, los expertos consideran que es importante seguir monitoreando su comportamiento para entender cómo interactúan las grandes masas de hielo con las corrientes oceánicas, la fauna marina y la temperatura del agua.

¿Qué efectos podría tener el A23a con el ciclo global del carbono?
Los científicos y miembros de organizaciones ambientalistas como Greenpeace Argentina y Oceana vienen advirtiendo desde hace años que al derretirse, los icebergs liberan nutrientes como el hierro, que pueden estimular el crecimiento del fitoplancton (organismos microscópicos que absorben dióxido de carbono (CO₂) durante la fotosíntesis).
Este proceso al que los expertos denominan “fertilización oceánica”, tiene efectos que podrían contribuir a capturar el dióxido de carbono atmosférico, actuando como un sumidero natural. Pero lamentablemente, también podría alterar de forma impredecible el balance climático global. Por este motivo, el caso del A23a es una oportunidad única de estudiar este tipo de dinámicas en tiempo real.