Fue una bomba de relojería ecológica.A mediados de 2022, una floración de algas tóxicas empezó a extenderse rápidamente por el río Oder, que en parte se extiende a ambos lados de la frontera entre Alemania y Polonia.
El alga, Prymnesium parvum, vive normalmente en las aguas salobres cercanas a las costas. Pero alimentada por la escorrentía salina de las zonas industriales, y más concentrada por el bajo nivel del agua, envolvió enormes extensiones de una de las vías fluviales más largas de Europa.
El resultado fue catastrófico.
La vigilancia de las aguas residuales como centinela de enfermedades
Durante seis semanas, de julio a septiembre, las algas mataron 360 toneladas de peces. Una mortandad tan masiva en el corazón de Europa provocó lamentos y la prohibición de bañarse y pescar para muchos de los 16 millones de habitantes de la cuenca del Oder.
Según un reciente informe de la Unión Europea, la crisis podría haberse evitado con un mejor control del agua del Oder.
Según los expertos, este suceso es un ejemplo perfecto de por qué los países deben vigilar más de cerca la salud de sus ríos, lagos y acuíferos, que se enfrentan a una presión cada vez mayor no sólo por la contaminación, sino también por el cambio climático y la pérdida de biodiversidad.
«Si seguimos de cerca los cambios en nuestras masas de agua, podremos predecir mejor los riesgos en cascada y los puntos de inflexión que conducen a las catástrofes», afirma Leticia Carvalho, Jefa de la Subdivisión de Aguas Marinas y Aguas Dulces del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.
«Eso nos ayudará a utilizar de forma más sostenible nuestros valiosos recursos hídricos y a evitar catástrofes que podrían afectar a decenas de millones de personas».
Las declaraciones de Carvalho se producen en vísperas de la Semana Mundial del Agua de Estocolmo, en la que se espera que los delegados debaten cómo la innovación puede ayudar a los países a salvaguardar el suministro de agua para las comunidades y la biodiversidad, cada vez más frágil, que depende de unos ecosistemas azules sanos.
La mayoría de las catástrofes que afligen a la humanidad están relacionadas de algún modo con el agua. Junto con los casos graves de contaminación, esas crisis incluyen inundaciones, corrimientos de tierras, tormentas, sequías e incendios forestales. Los cambios en el ciclo hidrológico de la Tierra relacionados con el cambio climático están aumentando la frecuencia e intensidad de muchos de estos fenómenos, según un grupo de científicos del clima convocado por la ONU.
Desde el año 2000, el número de catástrofes relacionadas con inundaciones se ha más que duplicado y la duración de las sequías ha aumentado casi un 30%.
En los próximos 30 años, el número de personas expuestas al riesgo de desastres relacionados con el agua podría aumentar de 1.200 millones a 1.600 millones, según un informe de 2019 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.
Los expertos afirman que vigilar el estado de las masas de agua dulce aporta numerosos beneficios. Además de prevenir catástrofes como la del río Oder, puede ayudar a los Estados a hacer de todo, desde seguir la pista de las pandemias hasta refrigerar mejor las centrales nucleares.
Aunque en los últimos años muchos países han redoblado sus esfuerzos por controlar la contaminación, los niveles de agua y otros muchos datos relacionados con el agua, siguen existiendo enormes lagunas tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo.
Esto deja a menudo a los responsables políticos sin la información que necesitan para tomar decisiones cruciales sobre los recursos de agua dulce que sustentan a cientos de millones de personas.
Por ejemplo, existen importantes lagunas de información sobre contaminantes emergentes en los suministros de agua, incluidos los llamados «productos químicos de siempre».
Este grupo de sustancias fabricadas por el hombre, que se encuentran en todo tipo de productos, desde productos de limpieza domésticos hasta utensilios de cocina antiadherentes, y que pueden perdurar varios miles de años, están relacionadas con el cáncer, los daños reproductivos y los daños al sistema inmunitario, incluso en niveles bajos.
En muchos lugares también falta información sobre la prevalencia de microorganismos potencialmente peligrosos y sustancias químicas en productos farmacéuticos que pueden causar problemas de salud en los seres humanos.
¿Seremos capaces de pensar en programas que puedan prevenir estas catástrofes? El desafío está planteado y la acción humana puede empeorar o mejorar el estado de situación.