Abundan y vemos todos los días imágenes de costas contaminadas y aves cubiertas de petróleo. Sin embargo, los derrames de petróleo sólo representan el 10% de los vertidos de hidrocarburos debido al transporte marítimo y las instalaciones petroleras en los océanos, el 90% restante proviene de vertidos operativos de los barcos.
El océano parece por momentos y en ciertas zonas, vertederos o gigantescos tachos de basura de la humanidad. Parece increíble pero estos vertidos voluntarios de grandes volúmenes de agua contaminada con hidrocarburos se realizan durante la limpieza de los tanques y los lastres de los barcos, de manera clandestina y, la mayoría de las veces, con total impunidad, lo que dificulta su evaluación.
Un estudio realizado en 2003 estimaba que la cantidad de hidrocarburos provenientes de degazajes en el Mediterráneo oscila entre 0,7 y 1,2 millones de toneladas al año, ¡casi cincuenta veces la marea negra del Erika!
Océanos en peligro
Estos vertidos representan a su vez sólo un tercio del volumen de hidrocarburos presentes en los océanos. Los otros dos tercios provienen de actividades terrestres industriales o domésticas.
Las fugas o sabotajes de explotaciones petroleras en Nigeria vierten cada año en el delta del Níger el equivalente a la marea negra del Exxon Valdez –cerca de 42.000 millones de litros de petróleo–, lo que lo convierte en una de las zonas más contaminadas del planeta.
Por lo tanto, las mareas negras son solo una pequeña gota de aceite en un océano de hidrocarburos.
Desde hace algunos años, su número está disminuyendo, gracias a la adopción de regulaciones internacionales que imponen, por ejemplo, a los petroleros y otros buques tanque tener doble casco.
Pero, de todas formas, la contaminación por hidrocarburos representa solo una pequeña parte de todos los desechos que llegan a los océanos. Porque los océanos son el receptáculo final de la mayoría de los desechos producidos por el hombre y de las contaminaciones que provienen del interior de las tierras.
Cómo la agricultura asfixia el medio marino
Mientras que las mareas negras son cada vez más raras, las mareas verdes, en cambio, son cada vez más frecuentes. Es el caso de Francia, donde desnaturalizan las costas de Bretaña, pero también en China, en el mar Báltico y en América Latina, sobre todo Argentina.
En el origen de este fenómeno: la cría intensiva y las deyecciones animales, pero también el uso masivo de fertilizantes nitrogenados que se infiltran en los suelos, llegan a los cursos de agua y corren hasta el mar.
Estos fertilizantes de origen orgánico o mineral aportan un exceso de nutrientes al medio marino –un fenómeno llamado «eutrofización»–. Combinados con otros factores como la luz solar, el aumento de las temperaturas o una situación geográfica confinada, favorecen la proliferación de algas verdes.
Peligrosas para los seres vivos solo cuando entran en descomposición, estas algas desnaturalizan las playas y los paisajes. Esto no es más que una forma de eutrofización.
En otros casos, las algas microscópicas en exceso son descompuestas por otros microorganismos, que proliferan hasta consumir la mayor parte del oxígeno disponible.
Entonces aparece una «zona muerta», en la que otras formas de vida –peces, crustáceos o mamíferos marinos– ya no pueden sobrevivir porque se asfixian.
El tamaño y el número de estas zonas muertas varían según el aflujo de nutrientes, las condiciones meteorológicas y las corrientes.
Según algunas estimaciones, hay más de 400 zonas muertas en el mundo, un número que se ha duplicado cada diez años desde 1960. Una de las más importantes se sitúa entre el golfo de México y el delta del Misisipi.
El río mítico, bordeado por numerosas explotaciones agrícolas y, en particular, por enormes campos de maíz, arrastra cada año más de 1 millón de toneladas de nitrógeno y potasio al golfo, donde la zona muerta se extiende, según los años, sobre más de 20 000 kilómetros cuadrados.
Esta zona muerta tiene consecuencias desastrosas para la economía local que, además de depender en gran parte de la pesca, ya ha sufrido el huracán Katrina y la marea negra de BP. Conscientes del problema, las autoridades han intentado remediarlo, pero el aumento del cultivo de maíz no ha hecho más que agravar la situación.
Los océanos, destino final de nuestros desechos
La agricultura no es la única actividad que arroja contaminantes al mar. Ya sean industriales o domésticas, todas las actividades realizadas en tierra tienen una parte de responsabilidad en la contaminación marina, empezando por nuestra forma de consumir.
Botellas de vidrio o de plástico, latas de conserva, zapatos, redes de pesca abandonadas, pero también colillas de cigarrillos, bastoncillos de algodón, encendedores, etc., la lista de estos desechos que terminan en las playas de todo el mundo es larga.
El 80% de los desechos presentes en los océanos provienen del interior de las tierras, el resto es abandonado en las playas o arrojado directamente al mar.
Según las Naciones Unidas, el 60 al 90% de estos «desechos acuáticos», como se les llama, están compuestos de plásticos.
Cada año, se vierten 6,5 mil millones de kilos de desechos plásticos en los océanos, ¡lo que equivale a 206 kilos por segundo! Algunos son llevados por las corrientes y forman concentraciones como el Great Pacific Garbage Patch, apodado el «continente de plástico», que se extiende entre California y Hawái sobre una superficie de 3,43 millones de kilómetros cuadrados, ¡equivalente a un tercio de Europa!
A largo plazo, el 70% de los desechos arrojados a los océanos terminan hundiéndose. Entonces se depositan en el fondo marino, donde a veces forman una especie de alfombra que impide los intercambios entre el agua y los sedimentos, asfixiando así estos medios donde se concentra gran parte de la biodiversidad marina.
Esto tiene que parar.