Lo estamos viendo en prácticamente todos los campos: los robots están haciendo su revolución y se están imponiendo poco a poco como una herramienta esencial. Utilizados principalmente para aliviar a los humanos de las tareas más arduas o repetitivas en el sector industrial, parece que su uso es diferente en el sector marítimo: se les considera más como asistentes, que ayudan a superar los límites humanos de la exploración o el trabajo submarino.
Echemos un vistazo a este fascinante mundo, que se desarrolla a una velocidad de vértigo.
Robots en el mar: ¿no es tan nuevo?
Como a muchos periodistas les gusta señalar, sabemos más de la superficie de Marte que del fondo de nuestros propios océanos. Y es que el 75% de nuestro hermoso planeta azul está cubierto por un universo radicalmente distinto, en el que los humanos no son bienvenidos. Así que, dada su importancia, ¿cómo podemos estudiarlo si no es con sondas y robots?
Esto explica por qué estos aparatos se han desarrollado tan rápidamente en el campo de la oceanografía: frente a un terreno de juego mucho más amplio de lo imaginado, estos aparatos se han convertido en un bien precioso para los investigadores
En la exploración oceánica de posguerra, el ser humano es la herramienta principal. Recuerden las aventuras de Cousteau, Comex o las hazañas de Picard y su batiscafo. Tanto si se trata de conquistar las mayores profundidades como de demostrar que el ser humano puede vivir bajo el agua, siempre son los operadores humanos los que se «mojan», es cierto que con tecnologías que mejoran muy rápidamente.
Pero con el aumento de los usos, el océano está perdiendo su condición de Terra Incógnita y se está convirtiendo en una herramienta de desarrollo económico. Ahora se explotan yacimientos de petróleo en aguas profundas, se tienden cientos de miles de kilómetros de cables de datos y ya no se trata sólo de explorar: los usos deben profesionalizarse y rentabilizarse.
Las actividades se están volviendo principalmente privadas, lo que impulsará el desarrollo de robots diseñados para la explotación e indirectamente permitirá a los investigadores adquirir los datos que les faltan y que era inimaginable obtener sólo con medios humanos.
Una creciente necesidad de datos
Los robots y drones que se están desarrollando actualmente son la respuesta perfecta a este nuevo paradigma: ya no sólo buscamos explorar los océanos, sino explotarlos. Como esto es imposible sin conocimiento, hay una necesidad vital de datos.
Y a la escala de los océanos, dada la increíble complejidad de los sistemas, tanto biológicos como físicos, ¡se necesita una auténtica montaña de datos! Una montaña que sólo los robots y los drones parecen capaces de escalar.
Así que todos los países con un interés estratégico se han lanzado a desarrollar estos dispositivos. Francia es un ejemplo de ello, con el IFREMER por supuesto: ya sea con el Nautilus o con ROVs como el Victor 6000, Francia cumple su papel de apoyo a las actividades económicas vinculadas al océano especializándose en el estudio de los fondos marinos a grandes profundidades.
Hoy en día, se trata de adquirir datos a una escala demasiado fina para los satélites y sobre una superficie inmensa: el IFREMER ha ideado pues un proyecto de pequeño velero autónomo que recogería información sobre la salinidad y la temperatura del agua antes de transmitirla a tierra.
Pero los estadounidenses son los líderes en este campo y no tienen reparos en diseñar robots para… tareas específicas. ¿Está amenazando el Rascasse volador el equilibrio de los ecosistemas en el Caribe? ¡Enviemos un dron asesino para deshacernos de ella!
La misma idea se aplica a la estrella de mar Corona de Espinas, que está devorando poco a poco la Gran Barrera de Coral. Así que el robot, al hacerse autónomo, se prevé como gestor de la biodiversidad. Pero dada la dificultad de rentabilizar estos aparatos de alta tecnología, me cuesta ver su uso real más allá del laboratorio.
El proyecto de Boeing está en otra liga: se trata de una misión submarina totalmente autónoma de 6 meses de duración, en la que se recogerán todos los datos físicos y químicos posibles.
El Echo Voyager representa así el último logro de la tecnología robótica submarina: una campaña oceanográfica realizada sin costosas misiones en el mar.
Este objetivo también puede alcanzarse mediante un enjambre de drones, como propone el proyecto M-AUE: estos pequeños y económicos aparatos pueden utilizarse para estudiar una masa de agua en todas sus dimensiones de forma autónoma y no sólo en un punto.
Otra especialidad está llamada a convertirse en el coto de los robots: la arqueología submarina en aguas profundas.
Resulta complicado enviar un equipo de buzos a menos de 60 metros, pero un robot como Ocean One se desenvuelve a la perfección. Diseñado por la Universidad de Stanford, este robot humanoide permite al piloto sentir los objetos en su «mano», lo que le confiere una delicadeza bienvenida a la hora de extraer objetos frágiles a grandes profundidades.
Como vemos, la proliferación de usos en el mar (explotación petrolífera, tendido de cables submarinos, energías marinas, etc.) multiplica nuestra necesidad de conocimientos sobre este medio aún muy inexplorado.
En este sentido, los drones y los robots son herramientas inestimables, por caras que sean, pero perfectamente rentables en cuanto a la cantidad de datos que pueden recoger.
El océano también está entrando en la era del Big Data, que revolucionará el trabajo de quienes lo protegen.