Un activista vestido como médico examina un coral dañado bajo el agua, junto a un cartel sumergido de Greenpeace en árabe que denuncia los efectos del cambio climático en los ecosistemas marinos.
Un activista de Greenpeace, vestido como médico, simula una intervención clínica sobre un coral en el Mar Rojo para visibilizar la fragilidad de los ecosistemas marinos ante el calentamiento global. La campaña exige justicia climática.

 El calentamiento oceánico amenaza la cadena alimenticia

El calentamiento oceánico no solo derrite los glaciares o blanquea los corales. A medida que la temperatura del agua aumenta, pone en riesgo el equilibrio de los ecosistemas del océano, y en consecuencia, a toda la cadena alimenticia (incluidos los seres humanos). Lamentablemente, las consecuencias del cambio climático ya no son parte de un futuro apocalíptico, sino una realidad que está empeorando cada año. 

Sin ir más lejos, en los últimos dos años las temperaturas promedio de la superficie marina rompieron récords históricos. En el Atlántico Norte y el océano Índico, por ejemplo, superaron los 27 grados centígrados, algo que jamás había ocurrido en esas zonas. 

Esto se debe a que el océano absorbe el 90 % del exceso de calor que producen las actividades humanas y captura aproximadamente el 30 % del dióxido de carbono liberado a la atmósfera. Y ahora mismo no está dando abasto. ¿Las consecuencias? Las especies marinas deben adaptarse o sucumbir. 

Mientras algunas desaparecen, otras se ven forzadas a migrar hacia aguas más frías, donde probablemente se deban enfrentar a otras por el dominio y el alimento, lo que desequilibra por completo los ecosistemas marinos. Este fenómeno ya está generando pérdidas de biodiversidad y poniendo en riesgo actividades como la pesca artesanal.

¿Qué le hace el calentamiento oceánico al fitoplancton?

El fitoplancton es la base de la cadena alimentaria del océano. Se trata de diminutas algas flotantes que transforman la energía solar en biomasa y sirven de alimento al zooplancton, que a su vez es consumido por peces, ballenas, aves y hasta seres humanos. Pero su equilibrio depende de una delicada combinación entre luz, temperatura y nutrientes. 

A medida que el agua de la superficie marina se calienta, se estratifica y evita que los nutrientes del fondo lleguen a la superficie. Sin esa mezcla, el fitoplancton no puede realizar la fotosíntesis y la combinación se quiebra. Y cuando el fitoplancton colapsa, también lo hace todo el sistema. 

De acuerdo con estudios recientes, los últimos 20 años el nivel de fitoplancton ha disminuido hasta un 10% en algunas regiones del planeta. Por otro lado, se ha observado que en zonas del océano Pacífico o el océano Índico, el aumento de la radiación solar en aguas más pobres en nutrientes obliga al fitoplancton a reducir su producción de pigmentos, un signo visible de estrés por el calentamiento.

Mudanza forzada: competencia y muerte

El aumento de la temperatura marina está obligando a muchas especies a desplazarse hacia regiones más frías para poder encontrar condiciones más tolerables. Peces, moluscos y crustáceos están migrando hacia los polos o hacia zonas más profundas, alterando el equilibrio de los ecosistemas tal como los conocemos. 

Esto genera que algunos peces de aguas cálidas invadan los hábitats de especies templadas, generando conflictos ecológicos y alteraciones en las cadenas alimentarias. Estos cambios también han ocasionado problemas a los pescadores tradicionales, ya que los cardúmenes se desplazan y dejan sin acceso a alimentos a miles de comunidades costeras. 

De acuerdo con una investigación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), más del 50 % de las especies marinas comerciales han cambiado su rango geográfico en las últimas décadas. 

Menos oxígeno, más estrés para las especies marinas

El calentamiento del agua no solo reduce nutrientes: también disminuye el nivel de oxígeno. Esta condición genera zonas “muertas”, donde la vida marina simplemente no puede sobrevivir. Y de acuerdo con expertos de organizaciones ambientalistas como Greenpeace y Oceana, este fenómeno se está expandiendo rápidamente. Se estima que desde 1950 a la fecha, el océano ha perdido cerca del 2 % de su oxígeno.

Las regiones más afectadas por este fenómeno son las zonas tropicales, donde la vida marina es más diversa. De hecho en algunas capas de esas franjas, la pérdida de oxígeno puede alcanzar ¡hasta el 40%! Los peces, moluscos y crustáceos no tienen otra elección más que migrar o morir. Pero mientras tanto, la falta de oxígeno afecta sus metabolismos, entorpeciendo su crecimiento, reproducción y comportamiento.

Además, el estrés combinado por la falta de oxígeno y el aumento de la temperatura también los vuelve mucho más vulnerables a padecer enfermedades y menos eficientes para buscar alimento. Por lo que queda claro que cuando la base del sistema se ve comprometida, el problema llega inevitablemente a las capas superiores de la cadena alimenticia. ¿Acaso ya estamos viendo las consecuencias en los seres humanos?