Cuando todos los mares del mundo parecen haber sido explorados, y todas las especies utilizadas, cuando el océano parece estar acabado, se abre un periodo de amenazas sociales, económicas y ecológicas para la pesca, que exige la introducción de medidas de gestión y control de la pesca.
El reto de la gestión pesquera
Para garantizar una pesca sostenible, es necesario gestionar el recurso y la cantidad de peces capturados.
Para ello, los biólogos marinos encargados de estimar el tamaño del recurso vivo miden las «poblaciones», es decir, la parte explotable de una población de peces.
Una población está formada por peces adultos de varias cohortes, es decir, peces de la misma clase de edad. Un stock evoluciona en función del número de reclutas que entran en él, de la mortalidad natural y de la extracción de peces por la pesca, lo que se conoce como esfuerzo pesquero. La edad reproductiva y la esperanza de vida influyen en el tamaño de la población.
Por ejemplo, la esperanza de vida de una gamba o una anchoa es baja (3 años) pero se reproducen desde el primer año, mientras que un bacalao puede vivir unos diez años pero sólo se reproduce cuando tiene 3 ó 4 años. Las especies pelágicas tienen un ciclo de vida más corto que las demersales o bentónicas; los peces de aguas profundas son especies de metabolismo lento que se reproducen tarde (un pez sable no se reproduce hasta los 10 años).
Ciclo vital
Una pesquería sostenible es aquella en la que el stock capturado no daña la salud de la población y permite la entrada de una cohorte de reclutas al menos igual al esfuerzo pesquero.
Es el tamaño del grupo reproductor el que determina la viabilidad del recurso. La rentabilidad de la producción pesquera depende, pues, del reclutamiento de nuevos reproductores y del crecimiento de cada cohorte.
Corresponde a los pescadores gestionar las capturas para no desestabilizar la renovación regular de la población, que les permite mantener su actividad; es lo que se denomina una población plenamente explotada, que garantiza un nivel óptimo de producción equilibrada.
Sin embargo, si los pescadores aumentan su esfuerzo pesquero para mantener su nivel de vida, o para garantizar un mayor rendimiento financiero a los inversores, reducen el número de individuos que alcanzan la madurez sexual y provocan la sobrepesca.
Para determinar el nivel óptimo de explotación, la FAO reúne el seguimiento de las poblaciones realizado por todos los biólogos marinos.
En 2009, el 57% de las poblaciones estaban plenamente explotadas, el 30% sobreexplotadas y sólo el 13% infraexplotadas.
El aumento del número de poblaciones sobreexplotadas es preocupante, no sólo por sus consecuencias ecológicas (riesgo de extinción de especies), sino también por las amenazas que supone para la suerte de las poblaciones costeras que viven de esta actividad, para el equilibrio de algunas economías nacionales y para la seguridad alimentaria mundial.
Sólo una gestión racional de la pesca puede preservar las poblaciones muy explotadas o sobreexplotadas.
Si bien este imperativo puede entenderse en los países donde se respeta la ley y donde la pesca tiene lugar en aguas bajo autoridad nacional, no puede decirse lo mismo de las regiones donde no existen organismos de control o en aguas internacionales donde viven grandes peces migratorios (atunes, tiburones).
Las medidas actualmente en curso incluyen la reducción de las capturas de juveniles y las capturas accesorias (tamaño de malla, tamaño de anzuelo) y la creación de zonas marinas protegidas. Esta limitación del esfuerzo pesquero debe tener en cuenta las consecuencias económicas y sociales (reducción de la flota y del número de pescadores, concentración de empresas, etc.).
Evolución de las poblaciones oceánicas mundiales
El pescado y las personas
La producción pesquera se estanca o incluso disminuye, mientras que la producción acuícola despega.
Sin embargo, este aumento global de la producción no garantiza un reparto más equitativo del consumo en el mundo, ya que los peces no se encuentran en todos los mares del planeta, los pescadores utilizan técnicas muy diferentes y el comercio internacional modifica el acceso a los productos.
Pescadores y barcos
Cerca de 55 millones de hombres y mujeres se dedican hoy a la pesca y la acuicultura (el 15% son mujeres, según estimaciones de la FAO), de los cuales 7 millones son trabajadores ocasionales (pescadores estacionales que ejercen otra actividad, a menudo agrícola, a su vez estacional).
Poco se sabe de estas personas, que representan el 4,2% de los 1.300 millones de personas que trabajan en el sector primario. Esta población pesquera sigue creciendo (2,1% anual desde 2005 según la FAO), más rápidamente que la población mundial (1,2% anual) y la población agrícola (0,5% anual).
La mayoría de los pescadores viven en países en desarrollo: en Asia (87%), África (7%) y América Latina (4%), donde su número sigue aumentando, principalmente como consecuencia del desarrollo de la acuicultura.
En Asia, el número de acuicultores aumentó 10 veces más que el de pescadores entre 1990 y 2000, y 3 veces más entre 2000 y 2010. Por el contrario, en Europa y América del Norte, que representaban sólo el 2% de la población activa en 2010, 1,5 puntos menos que en 1990, el número de pescadores no ha dejado de disminuir, a un ritmo del 2% anual en los últimos diez años en Europa, mientras que el número de acuicultores se ha estabilizado.
El empleo en la industria pesquera está disminuyendo en las “antiguas“ naciones pesqueras (Europa, América del Norte, Japón), mientras que está aumentando en las “nuevas“ naciones.
Entre 1990 y 2010, Francia, el Reino Unido y Japón perdieron casi la mitad de sus pescadores: casi 170.000 en Japón, 13.000 en Francia y 12.000 en el Reino Unido.
La implantación de tecnologías de alto rendimiento que reducen la necesidad de mano de obra y la voluntad política de atajar el exceso de capacidad de la flota pesquera, con el fin de reducir el esfuerzo pesquero y hacer de la pesca una actividad sostenible, explican en gran medida el descenso de efectivos.
La elevada productividad por pescador de los países del Norte es el resultado de un alto grado de industrialización (barcos más grandes y muy motorizados) y contrasta con la baja productividad de los pequeños productores con barcos modestos del Sur.
Por ejemplo, mientras que Noruega ha perdido más de la mitad de sus barcos (de 13.000 a 6.300 entre 2000 y 2010), ha conservado el 95% de su potencia, pasando de 1,321 a 1,25 millones de kW, y ha mantenido por tanto su capacidad de captura al tiempo que perdía casi 8.000 pescadores.
Para entender estas tendencias, hay que fijarse en la distribución y composición de las flotas pesqueras. La flota mundial, que supera los 4 millones de embarcaciones, se reparte entre Asia (73% de la flota), seguida de África (11%), América Latina y el Caribe (8%), y luego Europa y Norteamérica (3% cada una).
El motor y el tamaño de las embarcaciones permiten evaluar el nivel de conocimientos técnicos y de inversión financiera en el sector. Los barcos pequeños (menos de 12 metros) representan el 85% de la flota mundial y son mayoritarios en todas las regiones del mundo, aunque su proporción disminuye en Europa, Norteamérica y Oceanía, si bien siguen representando más de 3/4 de la flota.
Estas embarcaciones faenan cerca de las costas y representan el núcleo de la actividad pesquera en las costas, basada en actividades artesanales y de producción de alimentos que proporcionan ingresos (o alimentos) a la familia inmediata o extensa.
El paso a embarcaciones motorizadas (el motor es el primer equipo que se adquiere una vez amortizada la piragua), y después a embarcaciones mayores, requiere una inversión financiera tanto en la propia embarcación como en los artes de pesca asociados.
También requiere conocimientos y tripulaciones más experimentadas para enfrentarse a mares más lejanos y a menudo más hostiles. Por último, se necesitan instalaciones portuarias para abastecerse de combustible y hielo, para descargar las capturas y, sobre todo, para comercializar los productos de la pesca.
El consumo internacional
El pescado es un alimento muy perecedero y, para ser incluido en el suministro alimentario, debe transportarse y transformarse y/o envasarse rápidamente para poder venderse al mejor precio.
El pescado puede presentarse en diversas formas (fresco, seco, salado, ahumado, refrigerado, congelado, liofilizado, en conserva, etc.), todas ellas con mayor o menor valor: en general, cuanto más fresco es el pescado, o incluso cuanto más vivo está, mayor es su precio.
El consumo humano directo representa casi el 86% de la producción, es decir, más de 128 Mt en 2010, y el pescado transformado representa actualmente la mayor parte. El porcentaje de pescado transformado en aceite y harina para la alimentación animal está disminuyendo, ya que añade poco valor a las capturas.
Los patrones de consumo varían de una región a otra del mundo. Aunque América Latina produce y utiliza mucha harina y aceites no alimentarios, sobre todo para las piscifactorías de salmón en Chile y de camarones en Ecuador, es una región con relativamente pocos consumidores de pescado, que se consume fresco o refrigerado en zonas cercanas a los puertos de desembarque.
Los habitantes de África salan, pero sobre todo secan y ahúman mucho el pescado, ya que no siempre tienen acceso a almacenes refrigerados.
En Europa y Norteamérica, dos tercios del pescado destinado al consumo humano se procesa, ya sea congelándolo o esterilizándolo. Y es en Asia y África donde más pescado fresco se consume, incluso pescado vivo en Asia y en países con una gran comunidad asiática (Norteamérica).
Sustentabilidad en equilibrio con la demanda
Así, el aprovechamiento del pescado ha evolucionado enormemente gracias a innovaciones en técnicas de conservación y procesamiento. Métodos como la refrigeración, la fabricación de hielo y el transporte especializado permiten mantener el pescado fresco o vivo, cumpliendo con estrictas normativas sanitarias.
Tradicionalmente, se han utilizado técnicas como el secado, el ahumado y la salazón para preservar los productos del mar, permitiendo su distribución más allá de las zonas costeras.
Con la llegada de la ultracongelación y el enlatado, el pescado ha ganado protagonismo en los mercados globales, convirtiéndose en un alimento de alto valor añadido.
La ultracongelación, implementada directamente en los buques factoría, ha revolucionado la industria pesquera, permitiendo la transformación del pescado en el mar y facilitando su procesamiento en diferentes países antes de llegar a los mercados. Por ejemplo, pescado congelado en Europa es enviado a Asia, donde se filetea y envasa para ser reintroducido en su mercado de origen, un proceso que refleja la creciente globalización del sector.
En este contexto, los principales actores en el comercio internacional de productos del mar son China, Tailandia y Vietnam, países que han tomado la delantera gracias a sus bajos costos laborales.
No obstante, este comercio es desequilibrado, ya que dos tercios de las exportaciones de los países en desarrollo terminan en los mercados del Norte, como Europa, América del Norte y Japón, lo que refleja la interdependencia en la cadena de suministro pesquera.
La sostenibilidad de esta industria sigue siendo un desafío clave, especialmente ante la presión por satisfacer la creciente demanda mundial.