
Durante mucho tiempo, la ciencia se ha preguntado por qué ciertos animales marinos, como las ballenas, viven tanto tiempo. Ahora, un nuevo estudio revela que esta longevidad podría estar vinculada con los cambios evolutivos que experimentaron estas especies cuando dejaron la vida terrestre para adaptarse al entorno marino. Este cambio no sólo transformó su morfología y comportamiento, sino que también implicó una ralentización profunda de su ritmo vital.
El trabajo, recientemente publicado en la revista Nature Communications, fue liderado por investigadores del CREAF y del Instituto de Biología Evolutiva (IBE). El equipo analizó cómo la transición del hábitat terrestre al marino afectó las características vitales de estos animales. La investigación sugiere que las adaptaciones necesarias para sobrevivir en el océano podrían haber sido clave para desarrollar una vida más prolongada.
Estrategia de vida más lenta como clave evolutiva
En el mundo natural, la norma general para garantizar la supervivencia de una especie suele ser crecer rápido y reproducirse pronto. Sin embargo, hay excepciones notables, como la ballena jorobada, que no alcanza la madurez sexual hasta después de una década y puede tardar varios años en tener una nueva cría. Este patrón de vida pausada sigue siendo un enigma dentro de la biología evolutiva.
El estudio mencionado, que contó también con la participación de científicos del CEAB-CSIC y de la Universitat de Barcelona, concluye que tanto los mamíferos como las aves que pasaron de hábitats terrestres o de agua dulce a ambientes marinos desarrollaron estrategias vitales significativamente más lentas. Esta transformación no se explica únicamente por un aumento en el tamaño corporal o una disminución en la mortalidad, sino por la necesidad de adaptarse a los desafíos que plantea la vida en el océano.

Adaptarse al océano para sobrevivir más tiempo
Vivir en el mar representa una serie de obstáculos que requieren adaptaciones específicas para mejorar las probabilidades de supervivencia. Esto, a su vez, puede facilitar una vida reproductiva prolongada y una fecundidad reducida sin comprometer la continuidad de la especie. El investigador Daniel Sol, primer autor del estudio y miembro del IBE y del CREAF, señala que esta lentitud vital no sólo surge por vivir más seguro o tener mayor tamaño, sino también como respuesta a un entorno vasto y exigente donde hallar alimento puede ser complicado.
Sol explica que la colonización de ecosistemas marinos obligó a estos animales a desarrollar mecanismos de protección frente a amenazas externas. Estas modificaciones fisiológicas y conductuales resultaron eficaces para reducir el riesgo de muerte prematura, permitiendo así una mayor inversión en la conservación del cuerpo y en el desarrollo de capacidades cognitivas que facilitaran la subsistencia en entornos impredecibles.
Lo que revela el presente sobre el pasado evolutivo
Debido a que las estrategias vitales no se conservan en el registro fósil, los autores del estudio recurrieron al análisis de datos filogenéticos y modelos de evolución para inferir cambios antiguos. Reconstruyeron cómo los mamíferos y aves actuales, en más del 90% de los casos, pasaron de vivir en tierra o en agua dulce a ocupar espacios marinos. Esta migración se asoció con ajustes evolutivos en aspectos como la longevidad, el ritmo reproductivo y el tiempo de desarrollo.
Gracias a estos modelos, los científicos también observaron que estas modificaciones fueron acompañadas de un aumento del tamaño corporal, una mayor capacidad para desplazarse largas distancias con eficiencia y una mejora significativa en la capacidad cognitiva, conocida como encefalización. Daniel Sol señala que, aunque se entiende relativamente bien por qué algunos animales tienen vidas cortas y metabólicamente activas, todavía falta investigar más a fondo cómo las adaptaciones protectoras frente a nuevos entornos pueden fomentar vidas prolongadas.

El ingenio como herramienta para enfrentar entornos extremos
El mar, lejos de ser un entorno fácil, representa desafíos únicos para las especies que evolucionaron inicialmente en tierra. La búsqueda de alimento es una de las tareas más complicadas, ya que las presas pueden estar muy dispersas o vivir a profundidades difíciles de alcanzar. Para sobrevivir, estos animales han tenido que desarrollar formas ingeniosas de alimentarse en zonas inhóspitas y frías.
El albatros, por ejemplo, posee una estructura corporal que le permite desplazarse durante miles de kilómetros aprovechando las corrientes de aire, casi sin consumir energía. Por su parte, cetáceos como los delfines y las orcas han evolucionado cerebros complejos y adaptables que les permiten colaborar entre ellos y utilizar tácticas sofisticadas para cazar. Según Sol, estas innovaciones requieren mucho tiempo para desarrollarse, pero una vez adquiridas, otorgan a las especies una ventaja crucial que se traduce en vidas más largas.
Amenazas actuales para ballenas y otros animales de vida lenta
Paradójicamente, las mismas características que han permitido a estos animales prosperar durante millones de años hoy los vuelven especialmente vulnerables. Su ritmo de vida pausado, tanto en crecimiento como en reproducción, los hace frágiles frente a amenazas como las colisiones con embarcaciones, la contaminación acústica, los derrames de petróleo, las redes de pesca y la caza indiscriminada, entre otros factores denunciados por organizaciones ambientalistas, como Greenpeace. Estos impactos afectan principalmente a los individuos adultos, cuya supervivencia es clave para la estabilidad de la población.
A esto se suma que el tiempo entre generaciones es tan largo que la recuperación de las poblaciones es muy lenta. Incluso si hubiera un margen para la adaptación evolutiva, esta tomaría demasiado tiempo para compensar el ritmo al que se están produciendo los daños. Daniel Sol señala que esta situación es una verdadera paradoja: las adaptaciones que alguna vez fueron clave para el éxito evolutivo de estos animales ahora podrían significar su desaparición si no se actúa rápidamente para protegerlos.