
El Atlántico Sur enfrenta un desafío crítico por la disminución abrupta del langostino patagónico (Pleoticus muelleri), una especie central tanto para la pesca industrial como para la biodiversidad marina. El último informe del INIDEP, basado en muestreos realizados entre julio y agosto de 2025, revela que los ejemplares adultos han caído drásticamente en el litoral norte, área clave para la reproducción. Este fenómeno genera alarma porque compromete no solo la continuidad de la pesquería, sino también el equilibrio ecológico de la región.
Una caída sin precedentes que alerta a científicos y pescadores
Los datos del INIDEP muestran una reducción de casi el 30 % en la biomasa total y más del 17 % en el número de individuos respecto del año anterior. Los registros indican que, en el 70 % de los lances realizados en el litoral norte, las redes regresaron vacías, algo inusual en una de las zonas históricamente más productivas. Este descenso de adultos y la predominancia de juveniles —que representan cerca del 90 % de los ejemplares capturados— reflejan un desequilibrio crítico. Sin la franja adulta que asegura la reproducción, el recurso se vuelve vulnerable y dependiente de cohortes inmaduras, un patrón que, si persiste, puede comprometer la sustentabilidad de la especie.

Presión pesquera y factores ambientales
La temporada 2024/25 marcó récords de captura, con más de 103 mil toneladas desembarcadas en Chubut. Sin embargo, el éxito económico en tierra esconde un deterioro preocupante en el mar. La sobreexplotación de los adultos, concentrada en las zonas someras del litoral norte, vació los refugios donde la especie se reproduce y sobrevivía a presiones externas. Como consecuencia, la población juvenil se ha vuelto predominante, un reflejo del estrés ecológico. Los investigadores destacan que ajustar el esfuerzo pesquero según el ciclo biológico, implementar vedas dinámicas y proteger áreas críticas son medidas urgentes para evitar que los lances vacíos se conviertan en una tendencia permanente.
El langostino como pieza clave de la biodiversidad
El langostino patagónico no es solo un recurso económico; es un elemento central de la cadena trófica del Atlántico Sur. Su presencia sostiene poblaciones de aves marinas, peces y mamíferos que dependen de él como alimento. Su ciclo de vida alterna entre aguas profundas, donde los adultos se reproducen, y zonas costeras, donde crecen los juveniles. Esta dinámica convierte a la especie en un indicador sensible del estado de los ecosistemas bentónicos y de la salud ambiental general. Cuando los adultos disminuyen, la alteración se propaga: desde la disponibilidad de presas hasta la estabilidad de la biodiversidad local. En otras palabras, la merma del langostino no es un fenómeno aislado, sino un síntoma de fragilidad ecológica que afecta al conjunto del sistema marino.

Hacia una gestión sustentable que combine ciencia y política
El INIDEP propone reforzar el monitoreo científico y aumentar la frecuencia de las campañas de muestreo. Recomienda coordinar políticas entre jurisdicciones, proteger hábitats reproductivos, aplicar mayor selectividad en las redes y establecer zonas de manejo que aseguren la presencia de adultos. El fortalecimiento de las Áreas Naturales Protegidas y la supervisión estricta de la actividad pesquera son medidas complementarias indispensables. Solo así será posible alinear la explotación con los límites que dicta la biología de la especie y garantizar que el ecosistema completo no se vea comprometido. La experiencia muestra que sin adultos no hay futuro pesquero: el mar argentino es generoso, pero no infinito.
El tiempo para actuar
Organizaciones ambientalistas, como Greenpeace, siguen de cerca este informe, que además deja una advertencia clara. Las decisiones tomadas hoy definirán la sostenibilidad de la pesquería y la estabilidad de todo el Atlántico Sur. La caída de adultos no solo pone en riesgo la producción inmediata de langostino, sino que también amenaza la estructura trófica del ecosistema, desde los depredadores que dependen de esta especie hasta los procesos biológicos que mantienen saludables las aguas costeras. La coordinación entre científicos, pescadores y autoridades puede evitar que la riqueza del mar se pierda en silencio. Aún hay margen para ajustar la presión sobre el recurso, implementar estrategias de conservación efectivas y garantizar que las redes vacías no se conviertan en un indicador permanente de un ecosistema en colapso. La urgencia es clara, pero la oportunidad de cambiar el rumbo aún está abierta.
