
Después de más de dos décadas de negociaciones, campañas internacionales y presión ciudadana, el Tratado Global de los Océanos superó el umbral que lo convierte oficialmente en una realidad. Con 60 ratificaciones confirmadas, el acuerdo entrará en vigor en 120 días y abrirá una nueva etapa en la protección de las aguas internacionales.
Greenpeace celebró este logro como un punto de inflexión histórico en la defensa del planeta azul. No se trata solo de un triunfo diplomático: el tratado representa una oportunidad concreta para revertir el deterioro de los ecosistemas marinos, cada vez más afectados por la sobrepesca, la contaminación y el cambio climático. Pero la organización advierte que el trabajo recién comienza. Ahora, la urgencia pasa por traducir el compromiso político en acciones efectivas antes de 2030.
Un hito alcanzado tras veinte años de presión global
El camino fue largo. Activistas, científicos, comunidades costeras y figuras públicas impulsaron durante años la firma de un instrumento internacional que permitiera proteger las aguas más allá de las jurisdicciones nacionales. El esfuerzo colectivo, que involucró movilizaciones en más de un centenar de países, finalmente dio sus frutos.
Greenpeace destacó que el tratado llega en un momento decisivo: apenas el 0,9 % de las aguas internacionales goza de protección completa o estricta. Es decir, casi todo el océano abierto sigue expuesto a prácticas destructivas como la pesca industrial, la minería submarina o los vertidos tóxicos. El nuevo acuerdo busca revertir esa tendencia mediante la creación de una red de santuarios marinos donde estas actividades estén prohibidas.
La organización recordó que el objetivo global acordado por la comunidad científica es claro: preservar al menos el 30 % de los océanos del mundo antes de 2030. Cumplirlo exigirá un ritmo sin precedentes. Según un análisis reciente de Greenpeace, los Estados deberían declarar cada año más de 12 millones de kilómetros cuadrados de áreas protegidas, el equivalente a todo el territorio de Canadá, para alcanzar la meta a tiempo.
Un Tratado Global de los Océanos con poder real, si los gobiernos actúan
El Tratado Global de los Océanos no es solo una declaración de principios. Contiene herramientas concretas para crear y gestionar zonas marinas protegidas en alta mar, así como mecanismos de control sobre las actividades humanas que dañan el entorno. Si los gobiernos deciden aplicarlo con rigor, el impacto podría ser inmediato.
Greenpeace sostiene que la implementación debe ser rápida y transparente, sin quedar atrapada en trámites o dependencias de organismos regionales que, en muchos casos, han mostrado escasa eficacia. Los santuarios marinos deben ser áreas verdaderamente vedadas a la explotación, y no simples figuras legales que se diluyen en la práctica.
La organización también insiste en que el proceso debe basarse en la mejor evidencia científica disponible y considerar la participación de pueblos indígenas y comunidades locales, cuyas prácticas tradicionales de pesca y manejo del mar ofrecen un conocimiento clave para la gestión sostenible.

Una oportunidad única antes de la COP de los Océanos
La entrada en vigor del tratado marca el inicio de una cuenta regresiva hacia la primera COP de los Océanos, prevista para 2026. Greenpeace pide a todos los países que todavía no han ratificado el acuerdo que lo hagan cuanto antes, para poder participar de las negociaciones y de los beneficios de protección que este establece.
La organización considera que los próximos meses serán decisivos. Si los Estados comienzan ya a designar nuevas áreas protegidas, la cumbre podría convertirse en un verdadero punto de inflexión para la gobernanza oceánica. Si no lo hacen, se corre el riesgo de que el tratado quede en el papel, sin lograr la transformación que promete.
En declaraciones difundidas por la organización, Mads Christensen, director ejecutivo de Greenpeace Internacional, calificó el momento como “histórico para la protección de los océanos”. Subrayó que los países han demostrado que pueden unirse para cuidar el planeta y que ahora deben traducir esa voluntad en acciones concretas. “El tiempo se acaba. Nuestros océanos no pueden esperar. El mundo no puede esperar”.

El poder de la movilización ciudadana
Más allá del plano diplomático, Greenpeace quiso resaltar el papel del activismo social. Recordó que esta victoria es también el resultado de una presión sostenida durante más de veinte años por parte de millones de personas. Desde jóvenes ambientalistas hasta pescadores artesanales y artistas de distintos países, la campaña reunió apoyos diversos que lograron mantener el tema en la agenda global.
La organización agradeció a sus más de tres millones de socios y simpatizantes en todo el mundo y recordó que las transformaciones más profundas suelen empezar desde abajo, con la ciudadanía empujando a los gobiernos a actuar.
Lo que viene ahora es quizás la parte más difícil: transformar la esperanza en políticas efectivas. Los próximos cinco años determinarán si el planeta logra o no cumplir el compromiso de proteger al menos un tercio de sus océanos.
El Tratado Global de los Océanos no garantiza el futuro, pero ofrece una posibilidad concreta de cambio. Y, como recuerdan los científicos, no hay tiempo que perder: la recuperación de la vida marina depende de decisiones que deben tomarse hoy, no en la próxima década.
