
La amenaza ya no es una posibilidad distante ni una proyección exagerada: las enormes masas heladas que cubren Groenlandia y la Antártida están perdiendo estabilidad a un ritmo alarmante. Lo que ocurre en esas regiones remotas, tan apartadas de la vida cotidiana de millones de personas, se proyecta con violencia sobre el conjunto del planeta. El derretimiento de sus hielos no solo es un símbolo del calentamiento global, sino también una advertencia directa para las zonas costeras del mundo. Según un grupo internacional de investigadores, ni siquiera lograr frenar el aumento de temperatura en 1,5 grados sería suficiente para evitar consecuencias devastadoras.
El informe, publicado en la revista científica Communications Earth and Environment, reunió evidencias obtenidas a través de imágenes satelitales, simulaciones por computadora y registros paleoclimáticos. Con ese cuerpo de información, los expertos intentaron determinar hasta qué punto puede elevarse la temperatura sin desencadenar un retroceso irreversible en las capas de hielo. La respuesta que obtuvieron está lejos de ser tranquilizadora: no existe ya un límite claramente seguro.
Advertencias más alarmantes sobre las capas de hielo
Desde hace tiempo, los gobiernos del mundo aceptaron como objetivo mantener el calentamiento global por debajo de los 1,5 grados centígrados, con respecto a los niveles previos a la industrialización. Se suponía que ese umbral marcaría la línea entre una crisis manejable y una catástrofe incontrolable. Pero los datos actuales indican que no solo estamos lejos de cumplir esa meta, sino que ese mismo límite podría haber sido mal calculado. En la práctica, el planeta se dirige a un incremento de temperatura que podría alcanzar los 2,9 grados hacia fines de siglo, si se mantiene el ritmo actual de emisiones.
Lo más inquietante del estudio es que incluso en el escenario más optimista, con un calentamiento contenido en torno a los 1,2 grados –el nivel actual–, las capas de hielo podrían sufrir un retroceso drástico. Esta pérdida se traduciría en una subida del nivel del mar con efectos imprevisibles. Groenlandia y la Antártida albergan suficiente agua dulce congelada como para provocar un aumento de hasta 65 metros, una cifra extrema pero útil para dimensionar la magnitud del riesgo.

La línea costera mundial está bajo amenaza
Desde la década del noventa, la pérdida anual de masa de hielo se ha multiplicado por cuatro. Actualmente, se estima que desaparecen unos 370 mil millones de toneladas por año. Este proceso es la principal causa del aumento del nivel del mar, cuya velocidad también se duplicó en los últimos treinta años. Y todo indica que la tendencia continuará.
Los especialistas aseguran que no solo es probable que la elevación del mar se mantenga, sino que podría acelerarse hasta un centímetro por año para el año 2100. Aunque parezca una cifra menor, en escala global representa una transformación colosal. Un cambio de 101 centímetros por siglo significaría, en palabras del investigador Jonathan Bamber, un desplazamiento forzoso de personas en una magnitud nunca antes vista desde el inicio de la era moderna.
Cerca de 230 millones de seres humanos viven a menos de un metro sobre el nivel actual del mar. Para esas poblaciones, cualquier variación es crítica. Incluso un pequeño porcentaje de pérdida de masa en las capas de hielo puede modificar profundamente la geografía costera, provocar la migración de comunidades enteras y generar daños que desbordan cualquier política de adaptación.
El deshielo no da tregua y los puntos de quiebre están más cerca
Una de las mayores dificultades que enfrentan los investigadores es determinar con precisión en qué momento el calentamiento inicia cambios irreversibles. El comportamiento de las capas de hielo no responde a patrones lineales, por lo que detectar los llamados puntos de inflexión –esos momentos donde todo se acelera sin retorno– es sumamente complejo.
El problema, según los propios autores del trabajo, es que cuanto más se investiga el tema, más baja parece estar la temperatura que marcaría la frontera de seguridad. En sus primeros modelos, los científicos estimaban que recién con un calentamiento cercano a los tres grados comenzaría el colapso de Groenlandia. Ahora, creen que ese punto crítico podría alcanzarse ya con 1,5 grados.
Las conclusiones del estudio son tajantes: para evitar que alguna de las grandes capas de hielo entre en una fase de deterioro irreversible, habría que mantener el calentamiento en torno a un grado por encima de los niveles preindustriales. Eso implicaría reducir drásticamente el consumo de combustibles fósiles. Pero ese tipo de transformación todavía parece fuera de alcance. Países como Estados Unidos continúan sosteniendo economías basadas en el petróleo, el gas y el carbón.

Cada décima de grado importa
Chris Stokes, glaciólogo de la Universidad de Durham y uno de los autores del artículo, fue claro al describir la situación: según sus observaciones, el mundo ya comenzó a manifestar algunos de los peores efectos posibles derivados del derretimiento del hielo. Lo que más inquieta, afirma, es la falta de señales alentadoras. El panorama más esperanzador, dice, sería un aumento paulatino y sostenido del nivel del mar. Ni siquiera ese escenario evitaría consecuencias profundas.
Stokes insiste en que no se debe abandonar el esfuerzo por cumplir los compromisos climáticos. A su entender, limitar el calentamiento a 1,5 grados sigue siendo un objetivo crucial, aunque no alcance por sí solo para frenar el derretimiento. Cada incremento, por pequeño que sea, implica mayores daños. Por eso, reducir las emisiones sigue siendo esencial, aunque no se logre impedir del todo el avance del mar.
El estudio ofrece, en última instancia, una fotografía cruda de un futuro que ya no pertenece únicamente a las próximas generaciones. Según han denunciado históricamente organizaciones ambientalistas como Greenpeace, las decisiones que se tomen hoy determinarán si ese futuro será lento y previsible, o abrupto y desbordante. La línea costera del planeta, y con ella la vida de millones de personas, se redefine con cada tonelada de hielo que se pierde.